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En un consultorio que recibe a pacientes desde hace más de 39 años, lleno de imágenes de columnas vertebrales, recuerdos, fotos familiares, títulos y galardones, el Dr. José Castillo nos cuenta que seis meses atrás decidió jubilarse. “Los lunes, miércoles y viernes atendía consultas, y los jueves y viernes operaba. Uno se acostumbra… Se siente triste cuando eso se acaba”, confiesa. Uno de los traumatólogos más importantes del país, si no el más prestigioso, le ha puesto fin a una carrera de 58 años al servicio de la medicina y de los centenares de pacientes que, a lo largo de estas décadas, depositaron su confianza en él.

“No fue fácil tomar la decisión de jubilarme”, relata el Dr. Castillo, frente a las fotografías de sus principales maestros, médicos cirujanos de Estados Unidos, donde también estudió y atendió consultas. En un rubro en el que, por lo general, suelen jubilarse a los 65 años, él lo hizo a los 84. Su retiro tardío encuentra explicación en su vocación de servicio. Una vocación que, en diciembre de 2011, le valió ser reconocido por el Congreso de la República con un diploma de honor.

Pero el Dr. Castillo no solo ha dejado un legado gracias a su trayectoria y compromiso profesional, sino que, además, ha servido de inspiración a su propio hijo, Gonzalo. Con 47 años, es médico cirujano del Instituto Peruano de Ortopedia y Traumatología. Para el Dr. Castillo, cómo no, es motivo de orgullo. César Villarán, presidente del directorio de la Clínica Ricardo Palma, lo llamó en su último cumpleaños y le dijo: “El mejor regalo que te puedo dar es comunicarte que tu hijo la rompe”. 

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Junto a su hijo, Gonzalo Castillo, quien trabaja como médico cirujano en el Instituto Peruano de Ortopedia y Traumatología.

De joven, el Dr. Castillo soñaba con ser marino; hasta que, una tarde, uno de sus primos lo invitó a ver cómo un médico extirpaba un útero y, en menos de diez minutos, el Dr. Castillo quedó embelesado. Descubrió su vocación. “Era aspirante a la Marina de Guerra, pero un problema en la garganta no me dejó ingresar. Fue en esa época que mi primo me invitó a ver cómo operaban en vivo. Quedé asombrado de la técnica del doctor”, recuerda. 

En 1963 se graduó de la Universidad Federal de Paraná, en Brasil, y después realizó residencias clínicas, también en Brasil, siempre en la línea de la ortopedia y la traumatología. Posteriormente, trabajó como cirujano en el Hogar Clínica San Juan de Dios durante 25 años y, en paralelo, fue jefe del Servicio de Ortopedia y Traumatología de la FAP. Desde 1975 es accionista y fundador de la Clínica Ricardo Palma, y en 1983 fundó el Instituto Peruano de Ortopedia y Traumatología, donde el trato especializado que se da a cada paciente es el sello de la casa.

El ocaso de su carrera estuvo marcado por la falta de atención presencial en su consultorio debido a la pandemia y un preinfarto del que salió ileso. El Dr. Castillo ha colgado los chimpunes de la medicina, pero jamás dejará de jugar al tenis. “No es que haya perdido la claridad, solo que, con la edad, ya no tengo la misma destreza”, dice, a propósito de su retiro. 

Hoy el Dr. Castillo disfruta de su tiempo libre en el Club, donde sagradamente almuerza los miércoles con sus amigos del Grupo 22. «El más jovencito tiene 80 años», bromea. Larga vida para todos. 

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El Dr. Castillo es accionista y uno de los fundadores de la clínica Ricardo Palma.