A sus 79 años, José Luis Passano se instala en el Bar Senior, donde se reúne con viejas amistades y distintos asociados que se acercan a saludarlo y a intercambiar opiniones sobre la institución que él considera una extensión de su familia: el Club de Regatas “Lima”. A diario visita el Club.
Nacido en 1943, en el seno de una familia de inmigrantes italianos originarios de Framura, al norte de Italia, José Luis creció rodeado de valores y deporte. “El Perú debe crecer de la mano del deporte”, nos dice, emocionado. Esa frase la aprendió en el Colegio La Salle, donde cursó sus estudios de secundaria, y era repetida continuamente por sus profesores.
Gracias a su constancia, José Luis ingresó a la Universidad Nacional Agraria La Molina, de donde egresó como bachiller en Agronomía en 1965. En casa, sabían de constancia y sacrificio. “Mi padre era huérfano”, confiesa, y con lágrimas en los ojos nos habla de sus progenitores. “El día que me gradué, mi madre le dijo a mi padre: ‘todo tu esfuerzo ha valido la pena’”, recuerda José Luis. Toma aire y se acuerda también del grito de emoción de su padre cuando obtuvo el grado de bachiller. “¡Mi hijo es ingeniero!, exclamó su papá, aquel día de 1965.
Como buen agrónomo, es innegable el amor de José Luis por el campo. “El campo es mi vida”, revela. “Hace veinte años, doné 600 palmeras al Club y, al día de hoy, aún se mantienen. También hice los andenes en las laderas del Club, para evitar que se desmoronase un cerro que estaba próximo a un restaurante. Llené esa zona con un pasto grueso y, así, evitamos que se diera esta situación”.
El vínculo entre José Luis y nuestra institución no empezó cuando se hizo asociado, en 1972, sino en su infancia, cuando frecuentaba el Club por invitación de su tío Pablo Tabini. Estar en contacto con un espacio amplio, propicio para el recreo y la práctica deportiva, lo llevó a tomar la decisión de convertirse en asociado cuando estaba cerca de cumplir los 30 años.
Sin embargo, al poco tiempo su esposa enfermó de cáncer y él enviudó, con dos hijos: uno de tres años y otro de cinco. Aunque fue un momento muy difícil de asimilar, José Luis encontró en nuestra sede Chorrillos el soporte que necesitaba en compañía de excelentes amigos.
“El Club me acogió en un momento difícil. Fue de gran ayuda”, nos dice. Reunirse con amigos y ver a sus hijos jugar e interactuar con otros niños le daba una sensación de paz, de tranquilidad. “Venía a verlos jugar fulbito, natación… Lo que ellos quisieran”. Incluso, José Luis participó como coordinador deportivo en varias ocasiones, lo cual le brindó la oportunidad de sumarse a la directiva de la Federación Peruana de Basketball encabezada por Jorge Rivva, también asociado del Club. “Fuimos una directiva exitosa. Dejamos utilidades, administramos el Coliseo Dibós, dejamos infraestructura modelo para los deportistas e incluimos alojamientos para las selecciones que venían de provincia”, detalla.
Pero no fue el único aporte de José Luis Passano al deporte peruano. En 1963 también encabezó la delegación nacional que viajó a Porto Alegre, Brasil, para representarnos en la tercera edición de los Juegos Universitarios, donde obtuvimos una medalla de plata y dos de bronce.
Aunque en el currículum profesional de nuestro asociado figuren reconocimientos por su labor en empresas agrícolas, así como diplomas que certifican su especialización en economía y desarrollo tecnológico, José Luis es un hombre de gustos sencillos que disfruta de nuestras instalaciones como el que más. “Me gusta cuando me siento frente al mar y analizo lo bueno y lo malo de mi vida, de las circunstancias del momento, y lo que se viene en el futuro… Yo converso con el mar, me oxigena”.
Con el paso del tiempo, el amor que siente José Luis Passano por el Club de Regatas “Lima” ha ido en aumento. Ha tenido un impacto tan grande y positivo en su vida que, antes de finalizar nuestra conversación, mira al horizonte y, con parsimonia, nos regala unas palabras que resumen sus 50 años como asociado: “Este Club emergió de la unión de un grupo de amigos que representan la amistad, palabra sagrada y respetada por todos sus miembros. Por favor, dejar los defectos en la puerta y hacer el esfuerzo de que primen las virtudes. El Club vivirá por muchos años, nosotros pasaremos, pero siempre quedarán las virtudes”.