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Juan Ricardo Muñoz Acevedo, el ‘Colorao’ Muñoz, se ganó un espacio en la memoria y el corazón del Club. Nació el 6 de mayo de 1911 y, como si el destino lo hubiera querido así, a los pocos días su familia y él se mudaron a Chorrillos. El Colorao comenzó a frecuentar el Club a los 10 años. Salía del colegio, se dirigía a nuestra sede y ayudaba con esmero en actividades diversas. Por ejemplo, cuando colaboraba en la zona de vestuarios, reconocía con facilidad qué prenda le pertenecía a cada asociado. Era tanto el ímpetu que ponía en ellas, que años después fue contratado de manera permanente por recomendación de Juan Bautista Lavalle, expresidente de nuestro Consejo Directivo. 

En 1926 ya sabía remar y timonear, y ayudó al carpintero Luciano Montero a construir la primera yola del Club. Pero el Colorao era también un gran deportista; no por gusto llegó a ser campeón nacional de box en peso gallo durante tres años consecutivos (1935, 1936 y 1937). Además, logró los títulos sudamericano, bolivariano y panamericano en esta disciplina; practicó atletismo e impuso récords en las distancias de mil, tres mil y cinco mil metros.

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Fue, pues, casi natural en su trayectoria que se enamorara de nuestro deporte bandera, el remo, y comenzara a formar a nuestros jóvenes bogas (las generaciones de 1940 hasta 1980 fueron formadas por el Colorao). “Con el Colorao di mis primeros pasos en el remo, remando en yolas por las mañanas, en Chorrillos”, nos confesó en una oportunidad Rubén Mayer, remero que integró el bote de ocho que, en Buenos Aires, ganó el Premio Asociación Argentina de Remeros en 1954. “Era exigente, y a veces un poco tosco debido a la función que desempeñaba; pero también una linda persona”.

Para Javier Buraschi, otro de nuestros bogas de la década de los cincuenta, el Colorao fue una de las personas que impulsaron que el Club se posicionara como líder en esta disciplina y quien marcó el inicio del vínculo de la juventud moderna con el remo. 

En 1964, luego de más de cuatro décadas ligado al Club, el Colorao recibió un merecido reconocimiento: fue nombrado asociado vitalicio de nuestra institución, aunque, sin duda, ya llevaba mucho tiempo formando parte de nuestra gran familia. Falleció en el año 2000, pero su historia, y su recuerdo, siguen latiendo entre nosotros. Como si, cada mañana, el busto en su honor situado en la poza de remo diera los buenos días a los bogas que hoy nos representan.

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