Historias de pandemia que enaltecen la figura de nuestros deportistas en su preparación para Tokio 2020. En esta segunda entrega, nuestra esgrimista en espada nos narra por qué esta clasificación tiene un significado especial.
La pandemia representó un golpe fuerte para todos los deportistas, y María Luisa Doig recibió uno en particular con la partida de Iván Huapaya, el entrenador que la acompañó a sus primeros Juegos Olímpicos en Pekín, en el 2008. En su honor, este año la celeste se presentó en el Pre-Olímpico de las Américas, celebrado en Costa Rica, con una cinta negra, y fue en su victoria final ante la canadiense Leonora Mackinnon —por 15-11— que levantó el brazo y con puño cerrado gritó.
En ese grito no solo estaba el desahogo por la calificación a Tokio, era también un agradecimiento a Iván, por los años de entrenamiento, a su abuelo Luis Calderón, por mostrarle la esgrima a los cinco años y apoyarla en el camino, a su equipo disciplinario, que le dio esperanza y motivación en esta clasificación. “Yo volví tarde a la alta competencia, y estaba pensando en París (2024) o Los Ángeles (2028), pero ellos me convencieron de que Tokio era posible. Han hecho maravillas conmigo”, cuenta nuestra deportista.
También recuerda con cariño a su familia, orgullosa de “haber visto a la Malú de antes”, una persona calmada, que mide sus estrategias y maneja situaciones adversas. En la final de Costa Rica, jamás perdió el control del combate, a pesar de ir por debajo en el marcador en algunos momentos. “Fue realmente reconfortante ver cómo mi mentalidad cambió radicalmente para bien”, añade tras su victoria.
Hoy, trece años después, nuestra esgrimista se prepara para un nuevo reto olímpico. Ya no maneja el florete, pues se volvió una especialista en espada —modalidad en la que vale el contacto en cualquier parte del cuerpo—. Malú, como la llaman en su círculo más cercano, se siente más cómoda con lo clásico. “La esgrima evolucionó mucho y cambió bastante, sobre todo en florete. Yo soy una esgrimista muy tradicional y la espada es la que menos varió con el tiempo, entonces le vino bien a mi ritmo de combate”, cuenta.
Su mentalidad sigue igual que en el Pre-Olímpico: tranquila. Esa es la esencia que quiere transmitir María Luisa Doig. Y que se va a divertir. En el proceso ya sufrió, durante el encierro hizo de su casa un gimnasio, llegó al final de cada entrenamiento sin aliento, se acostumbró a luchar con mascarilla, se alimentó bien, se despidió de su familia y entrenó tres meses en Hungría, y lo dejó todo. Ahora también lo hará, no lo dudemos, porque ya lo dejó en claro: “A Tokio nadie va a pasear”.