Paloma Schmidt y Stefano Peschiera vuelven a la máxima cita olímpica. Después de Río de Janeiro, el viento ahora los lleva a Tokio. Una nueva oportunidad de alcanzar la gloria.
Ella
Cuando Paloma Schmidt se retiró de Río de Janeiro en el 2016, tras su participación en los juegos olímpicos, lo hizo sin terminar de entender la cancha en la que había navegado. Esta era compleja, con corrientes cambiantes y la obligaba a prestar el doble de atención para interpretar lo que sucedía en cada momento de la regata. Tres años después, la velerista nacional volvió a la ciudad brasileña, pero esta vez a la bahía de Guanabara, para definir un cupo a una nueva cita olímpica, su cuarta cita consecutiva.
Su rival más fuerte era la joven Gabriella Kidd, brasileña de 22 años que obtuvo una medalla de plata en los panamericanos de Lima 2019. Un día antes de iniciarse la competencia, Paloma notó que el mástil de su embarcación estaba quebrado y su timón estaba hinchado por el calor. Pero las situaciones límite no la amilanan; por el contrario, la agrandan. Así, luego de tres regatas en el primer día, culminó primera en la clasificación; en la segunda fecha bajó al segundo puesto, desplazada por la peligrosa Gabriella; y en el tercer día, después de una mala regata en la que iba sétima y con el resto de la flota bastante alejado, un cambio de viento inesperado —de esos que la sorprendieron en Río 2016— fue aprovechado por la celeste para escalar hasta la segunda posición. Seguía en pelea y todo se definiría en la fecha final. Aquel día Paloma voló. «Deben haber sido las regatas más alucinantes que he corrido en muchos meses en cuanto a técnica y táctica», recuerda la velerista, que volvía a casa empatada con Kidd en la cima de la clasificación.
Se trataba de una final Perú-Brasil. Atrás quedaron las representantes de Venezuela, Chile y Ecuador, países que también buscaban su pasaje a las olimpiadas. «Me pude concentrar en la brasileña y aplicar mi estrategia de la regata final sin el estrés de tener a alguien más persiguiéndome; la tercera en el ranking estaba a ocho puntos de distancia».
La celeste tenía dos opciones: atacar a la rival y seguir aplicando velocidad en su carrera o cambiar a una posición más conservadora y tratar de alejarse. «Cuando la vi dudando en la línea de partida fue que decidí atacarla. No sé de dónde saqué esos nervios de acero», recuerda Paloma, que logró partir delante de Gabriella tapándole el viento y dominando la regata en todo momento.
Kidd, tras un primer reclamo que no procedió, en el último tramo volvió a gritar «¡Yuri!». Había pedido una penalización por incumplimiento de la regla 42 de propulsión; es decir, balancear la embarcación para tener más velocidad que la que da el viento. «Escuché el silbato y vi la bandera amarilla. Pensé que me habían penalizado, pero fue a ella. Sucede que, al reclamar, ella misma terminó hamacando su bote sin darse cuenta», dice la peruana. Luego de veinte minutos de regata, Paloma cruzaba primera la línea y conseguía su pasaje a Tokio 2020.
Sus últimos años se resumieron en esos metros finales. Después de la experiencia en Río, Paloma quiso ser más profesional y se obsesionó. Si una rutina no se completaba en el día, la deportista terminaba fastidiada. Durante la previa a Río entró en una fase de depresión; no salían los papeles, no tenía mucho apoyo ni tenía entrenador. «Recibías muchos portazos en la cara. La pasé realmente mal», recuerda. Ahora no; ahora quiere disfrutar de lo que podrían ser sus últimas olimpiadas, tanto así que, en el 2019, a mitad de año, se quedó sin preparador físico y decidió viajar a Italia, donde vive su novio. Allí convirtió su rutina en distancias en bicicleta e hizo un mantenimiento físico con todo lo aprendido a lo largo de su carrera.
Después de su debut a los 21 años en Berlín 2008 —mediante una wild card y tras convertirse en la primera velerista peruana en clasificar a Londres 2012 y vivir por primera vez, todo el tiempo, en la villa olímpica de Río 2016—, ahora llegará a Tokio con 33 años y la experiencia suficiente para saber con qué obsesionarse y qué situaciones hay que dejarlas pasar.
Para Paloma, este es un momento para disfrutar del camino que le queda en su carrera, la que ya entró en los libros de historia deportiva del Perú: es la primera mujer en clasificar a los juegos olímpicos cuatro veces consecutivas. Natalia Málaga también ostenta esa cantidad de participaciones, pero no seguidas. «No sé si serán mis últimas olimpiadas. Aún no lo decreto. Ahora solo quiero disfrutarlo. Mi carrera ha ido más allá de lo que había imaginado. Creo que ahora mi obsesión es disfrutar el camino y dejar un legado de valores en el deporte a las generaciones que vienen».
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Él
A lo largo de su carrera, Stefano Peschiera tiene más de quince bitácoras escritas. Lo hace desde que tenía 8 años y era timonel de la clase optimist. Esperando un momento libre y con memoria fresca después de un entrenamiento o competencia, el velerista redacta un reporte completo que incluye el lugar, la cancha y la cantidad de nudos: si son altos, primará el físico y la resistencia; si son medios o bajos, la posición será más táctica y estratégica. Luego coloca palabras clave o términos que lo ayuden a recordar cuando los pasa a una plantilla de Excel en un reporte de doscientas palabras.
Cada cierto tiempo, el celeste vuelve a sus antiguos apuntes. Algunas veces para recordar información, otras veces por diversión. Su caligrafía cambió; su ortografía, también; y sus términos se volvieron más sofisticados y precisos. Sobre el agua, Stefano también evolucionó, tanto que este año llegará a Tokio para participar en su segunda olimpiada consecutiva.
«Tu desarrollo en el agua depende mucho de tu trabajo en tierra; en las rutinas, la disciplina y la manera en la que canalizas y aprovechas tu tiempo», asegura Stefano. Mar adentro, en tierra y en su vida personal, el celeste ahora se sabe más maduro y experimentado. Su puesto catorce en la clasificación mundial es una referencia de su nivel de navegación.
Si hay algo que ha cambiado en los últimos años de competencia, desde que finalizó sus estudios en Estados Unidos en el 2018 y clasificó un año después a Tokio 2020, es que sus resultados ahora son más consistentes. «Tener ese tiempo libre ha hecho que pueda desarrollar una mayor velocidad, ser más competitivo con los mejores del mundo y conocer las canchas y a los rivales que me tocarán en muchos campeonatos. De esa manera controlo riesgos», comenta Stefano.
Sucede que en la vela hay mucho de meteorología, de conocer las condiciones del viento y la corriente del mar; factores que afectan y que uno nunca controla. «Si vas antes para tomar notas detalladas de las tendencias en cada día que entrenaste antes del campeonato, sabrás qué hacer. Incluso sabrás cómo tenías el bote; si estaba utilizando mucho el timón, si la vela la tenía plana o bolsuda. Al hacer eso estas tomando nota de tu propia técnica», cuenta.
Para Río 2016, aún como estudiante, Stefano estaba obligado a llegar un par de días antes de cada competencia, hacer algunos apuntes e improvisar, con el riesgo de ser sorprendido. Ahora va a sus campeonatos con la confianza de un navegante local.
Para los entrenamientos, el celeste se junta con la crème de la crème. Tras culminar su preparación con un DT neozelandés, de cara a los panamericanos de Lima, Stefano volvió a ponerse en contacto con el entrenador esloveno Vasilij Žbogar, ganador de tres medallas olímpicas. Además, sus sesiones de entrenamiento se dan junto con los quince mejores del mundo —los mismos que hace ocho años ya destacaban en los campeonatos sub-21—, entre ellos los números uno de Noruega, Finlandia, Alemania, Suecia e Irlanda.
«Somos seis que nos juntamos con los neozelandeses y los australianos, que son los mejores en vela últimamente», cuenta. Allí, la disciplina es un factor importante en el que es vital no faltar a ese mes y medio de pretemporada en el que se comparte todo. «Si yo falto, podrían no llamarme al siguiente entrenamiento», cuenta.
Para las olimpiadas de Japón, donde espera quedar entre los diez mejores, el velerista tiene las condiciones controladas. Ya ha navegado cuatro veces en la cancha de Enoshima, una isla ubicada a 50 kilómetros de Tokio que se caracteriza por sus fuertes tifones; esos ciclones que alteran radicalmente las condiciones del viento. Pero eso ya lo tiene apuntado en su última bitácora.